Hace varios años el Historiador Ricardo Krebs Wilkens dictó una clase Magistral en el marco del Aniversario del Departamento de Historia de la Universidad de Concepción. En esa oportunidad recuerdo que se refirió a la conformación de Estado en Chile y leyó una cita de Portales referida a la sociedad santiaguina del siglo XIX. Recientemente he encontrado este artículo del diario "La Nación" sobre la publicación del Epistolario de Diego Portales y su título es precisamente la aludida cita de portales, que sin las comillas no hubiera podido figurar en letras de molde de la prensa nacional. Aquí se reproduce dicho artículo:
"Huevones y putas joden al Gobierno"
Por Javier García / La Nación Domingo
Publican en dos tomos “Epistolario” de Diego Portales (1793-1837)
Fumaba como chino y le gustaba ir a La Chimba a tocar guitarra. Obsesionado con la puntualidad, fue tachado de “narcisista”, “semidiós” y “díscolo”. Aquí extraemos fragmentos de sus cartas, donde su preocupación por el orden social se mezcla con la prepotencia, el amor, la premonición, de quien terminó sus días asesinado en 1837.
__________________________________________________________________
Cartas:
Señor José M. Cea:
Los periódicos traen agradables noticias para la marcha de la revolución de toda América. Parece algo confirmado que los Estados Unidos reconocen la independencia americana. Aunque no he hablado con nadie sobre este particular; voy a darle mi opinión. (...) ¿Por qué ese afán de Estados Unidos en acreditar ministros, delegados y en reconocer la independencia de América, sin molestarse ellos en nada? ¡Vaya un sistema curioso, mi amigo!
Yo creo que todo esto obedece a un plan combinado de antemano; y ese sería así: hacer de la conquista de América, no por las armas, sino por la influencia en toda esfera. Esto sucederá, tal vez hoy no; pero mañana sí. No conviene dejarse halagar por estos dulces que los niños suelen comer con gusto, sin cuidarse de un envenenamiento.
Lima, marzo de 1822.
Señor don Antonio Garfias.
Mi don Antonio:
Dígale Ud. a los cojudos que creen que conmigo solo puede haber Gobierno y orden que yo estoy muy lejos de pensar así y que si un día me agarré los fundillos y tomé un palo para dar tranquilidad al país, fue sólo para que los jodidos y las putas de Santiago me dejaran trabajar en paz. Huevones y putas son los que joden al Gobierno y son ellos los que ponen piedras al buen camino de éste. Nadie quiere vivir sin el apoyo del elefante blanco del Gobierno y cuando los hijos de puta no son satisfechos en sus caprichos, los pipiolos son unos nobles caballeros al lado de estos cojudos. Las familias de rango de la capital, todas jodidas, beatas y malas, obran con un peso enorme para la buena marcha de la administración. Dígales que si en mala hora se me antoja volver al Gobierno, colgaré de un coco a los huevones y a las putas les sacaré la chucha. ¡Hasta cuándo... estos mierdas! Y Ud., mi don Antonio, no vuelva a escribirme cartas de empeño, si no desea una frisca que no olvidará fácilmente.
10 de diciembre de 1831.
Mi apreciado Garfias:
El peor mal que encuentro yo en no apalear al malo, es que los hombres se apuran poco por ser buenos, porque lo mismo sacan de serlo como de ser malos. El gobierno ha acomodado a un capitán Zañartu en la Inspección: yo le predigo a Ud. desde ahora, y acuérdese de mi profecía, que a la vuelta de muy poco tiempo va a arrepentirse de tal colocación. Ya me voy metiendo mucho en el sermón, e iba calentándome como los padres en sus sermones de 3 horas. (...) Sabe Ud. que nunca me ha dolido perder plata, pero este golpecillo, me hace unas cosquillas de los Diablos. ¡Carajos!, bien pudiera venir la muerte, si se le antoja, que no la había de recibir con más serenidad un capuchino, porque si hemos de vivir jodidos por la suerte, más bien joderse tempranito.
Valparaíso, enero 14 de 1832.
Señor don Joaquín Tocornal.
Querido amigo:
El orden social se mantiene en Chile por el peso de la noche y porque no tenemos hombres sutiles, hábiles y cosquillosos: la tendencia casi general de la masa al reposo es la garantía de la tranquilidad pública. Si ella faltase, nos encontraríamos a obscuras y sin poder contener a los díscolos más que con medidas dictadas por la razón, o que la experiencia ha enseñado ser útiles; pero, entre tanto, ni en esta línea ni en ninguna otra encontramos funcionarios que sepan ni puedan expedirse, porque ignoran sus atribuciones. Si hoy pregunta usted al intendente más avisado, cuáles son las suyas, le responderá que cumplir y hacer cumplir las órdenes del Gobierno y ejercer la subinspección de las guardias cívicas en su respectiva provincia. El país está en un estado de barbarie que hasta los intendentes creen que toda legislación está contenida en la ley fundamental, y por esto se creen sin más atribuciones que las que leen mal explicadas en la Constitución.
Valparaíso, 16 de julio de 1832.
Mi sr. d. Antonio:
Haga una visita a mi pobre Manuela que se halla bastante enferma: me alcanzó a escribir media carta de su letra, que tuvo que concluir Morán porque ella se agravó, lo que me tiene con mucho cuidado. Dígale muchas cosas mías y entre ellas que estoy convertido en un santo: que deseo mucho verla por acá, que no deje de venir a convalecer, luego que se vuelva a la familia de la comadre: que le tendré carruaje para que vaya a La Merced, que está cerca: que, en fin, le agradezco mucho el obsequio que me anuncia en camino, aunque habría tenido más gusto con que se lo hubiera tomado en mi nombre. A Morán, mis memorias y que me cuide mucho a la pobre rubia. Sáqueme usted de cuidado escribiéndome sobre el estado de salud.
Valparaíso, enero 23 de 1833.
Mi don Antonio:
En Chile la ley no sirve para otra cosa que no sea producir la anarquía, la ausencia de sanción, el libertinaje, el pleito eterno, el compadrazgo y la amistad. Si yo, por ejemplo, apreso a un individuo que se está urdiendo una conspiración, violo la ley. ¡Maldita ley entonces si no deja al brazo del Gobierno proceder libremente en el momento oportuno! Para proceder, llegado el caso del delito infraganti, se agotan las pruebas y las contra pruebas, se reciben testigos, que muchas veces no saben lo que van a declarar, se complica la causa y el juez queda perplejo. Este respeto por el delincuente o presunto delincuente, acabará con el país en rápido tiempo. El gobierno parece dispuesto a perpetuar una orientación de esta especie, enseñando una consideración a la ley que me parece sencillamente indígena. Los jóvenes aprenden que el delincuente merece más consideración que el hombre probo; por eso los abogados que he conocido son cabezas dispuestas a la conmiseración en un grado que los hace ridículos. De mí sé decirle que con ley o sin ella, esa señora que llaman la Constitución, hay que violarla cuando las circunstancias son extremas. ¡Y qué importa que lo sea, cuando en un año la parvulita lo ha sido tantas por su perfecta inutilidad!
Valparaíso, diciembre 6 de 1834
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)

No hay comentarios:
Publicar un comentario