Nuestra imágen del filñantropo está por lo general asociada a las elegantes pero sombrías habitaciones de la vieja casona de Hualpén, ahora museo y que fuera habitada por Don Pedro y su familia. Allí al recorrer sus estancias solemos imaginar a un vcenerable anciano leyendo gruesos volumenes u organizando sus colecciones , severo y triste tras la muerte de sus seres más queridos. Sin embargo como todos, el fue niño, y curiosamente no de los más quietos. Cuenta el Dr. Carlos Oliver que siendo alumno en el liceo de Concepción, -ese del que queda solo un muro deruido en calle Castellón- y en un arranque de furia rompió la cartilla donde estudiaba la lección y la arrojó al profesor. Esta rabieta, una insignificancia comparada con los actos delictuales que han llegado a cometer algunos estudiantes de hoy, le costó al jóven Pedro su salida del Liceo y traslado a otro establecimiento en Valparaiso. La anecdota no habría pasado a mayores si no es porque tal giro en su formación académica lo marcaría de por vida. En efecto, en Valparaiso en un Colegio Ingles y en el ambiente cosmopolita del Puerto se desarrolló el espíritu de hombre de empresa que en definitiva lo convertiría en el personaje que nos ha llegado hasta nuestros días. El exitoso hombre de negocios, industrial, viajero, que volcó su tristeza en la vorágine viajera y regaló a la ciudad con su generoso legado.
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