Han pasado 100 años desde el nacimiento de Salvador Allende Gossens , primer presidente socialista electo democráticamente. Su presencia forma parte del imaginario colectivo de la izquierda chilena y más aún constituye un referente más o menos comprendido de toda vanguardia política tanto en nuestro país como en el resto del mundo. Infaltable su retrato en lienzos y pancartas de cualquier manifestación progresista. Recurrente la cita de las frases más conocidas de su último discurso, como aquella de “las grandes alamedas”. Allende es como Fidel, El Che o Víctor Jara , un icono. Como tal se lo ha recordado en el día de su cumpleaños en todo Chile, más allá de la opinión que cada uno tenga de su trayectoria política o de su gestión como presidente.
Dos recuerdos guardo del ex-presidente que perduran hasta hoy, más que otros. Uno es la visión fugaz de su rostro sanguíneo tras la ventanilla de un automóvil al verlo pasar en comitiva por las calles de mi ciudad cuando era un niño. La otra muchos años después , cuando sus restos fueron trasladados del cementerio de Valparaíso hacia su actual sepulcro en el mausoleo familiar del Cementerio General en Santiago. Ese fue un día caluroso en la capital y recorrí la ciudad a pié, con mi compañera , para seguir los actos fúnebres –primeros en democracia del ex-presidente muerto en la moneda y enterrado secretamente en Valparaíso por los militares. El féretro de madera protegido por una caja transparente, fue trasladado sobre un vehículo funerario cubierto con la bandera. Como suele hacerse en nuestro país , la comitiva funeraria recorrió algunos lugares significativos para el difunto y luego fue objeto de homenajes en un repleto recinto del cementerio general –al cual no me fue posible ingresar sino hasta una vez finalizado el acto- y en cuyas afueras se escuchaban los discursos por altoparlantes. Minutos antes el cuerpo del ex-presidente pasó frente a la Moneda por calle Morandé, lugar desde donde fue sacado su cadáver el 11 de Septiembre de 1973, por una puerta que ahora permanecía tapiada. Mientras observaba, de pronto me fijé que a mi lado, un hombre de unos 60 o 70 años , en cuyo rostro duro que denotaba a un trabajador, un obrero, caían lágrimas. Que habría pasado por su mente, que jornadas de lucha rememoraba …Ha pasado más de una década de estos eventos , sin embargo al pensar en Salvador Allende y su momento en la historia, siempre recuerdo el rostro de aquel hombre ya mayor, que lloraba en silencio, anónimamente, sin alzar el puño o gritar alguna consigna, al ex-presidente muerto.

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