martes, 9 de octubre de 2007

SEQUÍA

Apareció furtivo entre el follaje de hualles y avellanos. La hierva se doblegó suavemente bajo su paso ágil; con precaución evitó las ramas, cuyo resquebrajar habría acallado a los pájaros en las copas y alertado a los otros. Sus pies desnudos, despojados del abrigo pesado y molesto que debía usar con los otros, lo hacían más liviano y parecía ser otro mientras corría. Se detuvo al llegar a un claro, sintió su respiración y sus latidos; tomó aire profundamente llenando sus pulmones del aroma de la selva. Se sentía bien entre la vegetación húmeda y la luna silenciosa y cómplice. Algo como un alarido le brotaba desde dentro de su ser y lo empujaba a seguir con fuerza. Mientras miraba a su alrededor, escudriñando entre las sombras, a tientas hurgó en el pequeño morral que le apretaba el pecho; palpó unos objetos apiñados en su interior recorriéndolos lentamente con las yemas de sus dedos y un leve estremecimiento le atravesó la espalda; se cercioró que todo estaba bien y cerrando el morral continuó corriendo.

No había vuelta atrás, la noche anterior se había decidido. Teniendo como testigo a esa misma luna que ahora lo perseguía entre las ramas, él se había impuesto a los otros discutiendo y alzando su voz aún entre los mayores. Pero ya había transcurrido demasiado tiempo, era el momento de la lucha y no de las palabras. Seguía corriendo y ya no sentía las ramas sobre la piel que le desgarraban confundiendo la sangre con el sudor o las piedras que le golpeaban cuando no se hundía en el suelo esponjoso de líquenes.

Luego de varios minutos tuvo a la vista las formas duras que levantaban su negra silueta sobre los árboles; formas extrañas cuya geometría no calzaba con las líneas de la montaña. Sin sentir cansancio producto de la carrera, se deslizó sobre el suelo arrastrándose hasta llegar al lugar previsto. Una vez allí, palpó la pared liza hasta encontrar una imperfección, una pequeña hendidura; escarbó con sus dedos extrayendo algunas piedras hasta dejar el espacio suficiente para introducir el contenido de su morral. Luego tomo cuidadosamente con ambas manos un pequeño objeto que quedaba en el fondo de la bolsa y lo manipulo lentamente dejándolo luego junto a los demás en el hueco de la roca. Se pasó el torso de la mano por la frente para secar el sudor que le caía hacia los ojos y se incorporó. Miró la grieta en la roca donde había depositado aquellos objetos, respiró profundo y luego comenzó alejarse pausadamente pero, tras algunos pasos se detuvo; un gesto semejante a una sonrisa se formó en su cara; volvió a sentir ese algo extraño en su interior. No sabía que, pero ciertamente no era temor ni angustia y pensó que ya no sería necesario correr. A lo lejos , en el valle la tierra reseca presentía algo.

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